LXI Jornadas de Historia Marítima: “Historia de la Infantería de Marina”, del 30 de junio al 2 de julio
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La guerra de Melilla, en el otoño de 1893, fue el más grave incidente de la larga serie de los que enfrentaron a España y Marruecos en el último cuarto del siglo XIX. Aunque el conflicto fue limitado en todos los sentidos, pues partió de la oposición de las tribus fronterizas a la construcción de fortificaciones españolas en el campo de Melilla, y se desarrolló en pocas semanas, su interés resalta por asistir, entre otros muchos, a hechos tales como el bautizo de fuego en nuestro Ejército del nuevo fusil Mauser y por ser la primera vez que se distinguió un joven oficial, Miguel Primo de Rivera, quien obtuvo la Laureada por su heroísmo durante los combates, siguiendo así la tradición inaugurada por Prim y concluida por Franco, de militares españoles que llegan al poder impulsados por sus hazañas africanas.
En esta casi olvidada contienda, los soldados españoles, pese a las deficiencias materiales impuestas por la inadecuada y poco previsora política militar de la Restauración, demostraron estar a un nivel superior al de otros ejércitos europeos de la época, reflexión a la que se dedica todo un capítulo con la narración de las desdichas británicas de esa misma época en África, del Sudán a los Boers, en un análisis comparativo poco frecuente en España.
Sin embargo, los errores políticos y diplomáticos del gobierno de Sagasta hicieron que la crisis se cerrara en falso, con un alto coste de prestigio en el exterior y una grave crisis de confianza en el interior, en un año señalado por el atentado anarquista contra Martínez Campos, el del Liceo de Barcelona, la trágica explosión accidental del vapor Machichaco en Santander y otros nuevos problemas.
Así, y tras la nueva confianza nacida de la superación incruenta de la crisis de las Carolinas, de la exposición internacional de Barcelona o los festejos del IV Centenario del Descubrimiento de América, España pareció empezar a deslizarse por la pendiente que llevaría al 98, siendo frecuente juicio en la misma época, de que la falta de una decidida acción por parte de Sagasta en la crisis marroquí, fue lo que animó a los rebeldes cubanos a alzarse. El político liberal no aprendió precisamente ninguna de las lecciones de la crisis de 1893, que tan bien le hubieran venido para resolver la de 1898 o, al menos, para afrontarla de mejor modo.
El trabajo se inicia con un capítulo en el que se describen y analizan las relaciones entre España y los territorios del actual reino de Marruecos desde la propia toma de la ciudad de Melilla en 1497 a lo largo de los siglos siguientes, demostrando que España tuvo muy pocos intereses expansionistas en el área, y que sólo se despertaron en el siglo XIX, a raíz de la conquista francesa de Argelia y de la penetración comercial británica en Marruecos, temiendo que una u otra de las dos potencias ( o ambas de acuerdo) controlasen el vecino país, “atenazando” así a España y comprometiendo su independencia.
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